Jacob regresa a Canaán tras permanecer largo tiempo refugiado en casa de su tío Labán. En el camino se topa con su hermano Esaú, a quien le robó la primogenitura. Jacob siente un gran temor por lo que pueda ocurrirle.
Ahora bien, Jacob alzó sus ojos y, mirando, he aquí que Esaú venía acompañado de cuatrocientos hombres. Entonces repartió los niños en torno a Lea y Raquel, y en torno a las dos siervas. A las siervas y sus niños puso en cabeza, detrás a Lea y sus hijos, y a Raquel y José postreros. Él, por su parte, pasó delante de ellos y se posternó en tierra siete veces hasta llegar a su hermano. Esaú corrió a su encuentro, le abrazó, echóse sobre su cuello y le besó, y rompieron a llorar. Luego alzó Esaú sus hojos y, viendo a las mujeres y los niños, preguntó:
–¿Qué son éstos tuyos?
Contestó:
–Son los hijos de que Elohim ha hecho merced a tu servidor.
Acercáronse entonces las siervas juntamente con sus hijos y se prosternaron. En seguida llegóse también Lea con sus hijos y prosternáronse. Por fin, se acercaron José y Raquel y se prosternaron.
Preguntó él:
–¿Qué objeto tiene para ti todo ese campamento con que me he topado?
Replicó (Jacob):
–Es para hallar gracia a los ojos de mi señor.
Dijo Esaú:
–Yo tengo mucho; hermano mío, sea para ti lo que es tuyo.
(Génesis 33, 1-9)
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