Cuentan por ahí que la peta fue en un principio un hombre que no sabía compartir con nadie, que era muy tacaño. A pesar de que tenía todo, no solía cooperar ni participar en nada. Si le invitaban a una celebración tampoco iba, ni siquiera visitaba a sus vecinos.
Cierto día, el Señor lo convocó para que asistiera a su fiesta, pero ni a Él le hizo caso y no fue a esa reunión de confraternización.
Entonces, el Creador lo convirtió en una peta.
—Como vos eres así, vuélvete peta para que vivas siempre en tu casa, adentro —sentenció el Supremo Hacedor.
Desde ese día, la peta mete su cabeza en su caparazón y ahí se duerme; sus costados son su cerco, su espalda es su techo y el piso es la parte plana que lleva en su cuerpo.
Como no salía a ningún lado, su destino fue estar siempre en su casa, de donde solo saca su cabeza.
(CUENTO MOSETÉN)
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